La relación terapéutica

Tiempo de trabajo personal, investigación y la propia práctica profesional como psicoterapeuta  me han llevado a la conclusión que asentar unas buenas bases, en cuanto a la relación terapéutica se refiere, se hace tarea imprescindible a fin de cubrir los objetivos previstos en la terapia.

Al hablar de relación terapéutica me estoy refiriendo a la relación profesional que se establece entre la persona consultante y el/la profesional que ella ha escogido para que le acompañe en su proceso de recuperación o cambio personal.

Los/las terapeutas tenemos la responsabilidad de acompañar a las personas en función de sus necesidades, demandas y en relación a los recursos que dominamos (mochila de recursos psicoterapéuticos, psicopedagógicos, etc). El/la terapeuta propone, a través de la práctica de la relación, una manera de relacionarse donde es importante dejar claro, desde un inicio, el encuadre de dicha la relación y los límites de la misma.

Por tanto uno de los objetivos primordiales de las primeras sesiones sería pues establecer el encuadre que definirá los límites de dicha relación; se hablará del dónde se van a producir los encuentros, en qué horarios (que sucede si no se respetan estos horarios e incluso del cómo anular una sesión), con qué frecuencia se producirán las mismas, qué posición espacial se ocupará en la sala; el/la psicoterapeuta, a la hora de habilitar la sala, tendrá en cuenta los aspectos ergonómicos de la psicología ambiental: como la composición y armonización de los diferentes elementos del espacio (luz, temperatura, colores, mobiliario, aromaterapia, etc.);  o escoger un espacio natural donde poder desarrollar una determinada terapia que requiera un contexto diferente (aprovecho la ocasión para nombrar que a veces se dan sesiones terapéuticas en espacios abiertos, al aire libre, es decir en entornos naturales; de hecho compañeros/as especializados en memorias prenatales realizan talleres y/o sesiones grupales -llenas de simbolismo- en un espacio abierto y entorno natural véase: el proyecto de Consciencia Arbórea de Xavi Callejo y los Talleres del/la Gemelo/a dinamizados por Catherine Hansen y Monique Presa).

Por otro lado, a fin de prevenir posibles “malos entendidos” es importante definir los límites de la relación indicando que consistirá en una relación de acompañamiento y apoyo profesional, a través de la cuál -a priori- no existe una intencionalidad para establecer otro tipo de vínculo. Por supuesto que podrían surgir otro tipo de sentimientos u emociones por parte de la persona consultante y/o el/la terapeuta, de hecho dependiendo del nivel de dichos sentimientos éstos podrían ser un elemento a trabajar dentro del marco terapéutico ya que podríamos estar hablando de la famosa Transferencia que Sigmund Freud apuntó en su teoría psicoanalítica: ésta respondería al hecho de que la persona proyecta en el/la analista (en nuestro caso terapeuta o psicoterapeuta) contenidos de su inconsciente y reviviría vínculos afectivos. Podría enamorarse y desenamorarse del/la analista (dando paso al tipo de transferencia positiva) o por contra sentir aversión por él, odiarlo como por ejemplo odió a una figura importante de su árbol genealógico (en estos últimos casos hablaríamos de transferencia negativa). Freud consideró que el hecho de que se dieran estos tipos de transferencias -a priori- no era algo per se negativo o  “malo”. Decía que formaba parte de la terapia ya que creaba un vínculo emocional desde el cual el/la terapeuta podría guiar a la persona en la resolución de algunos conflictos psicológicos y  bloqueos traumáticos. Dicho de otro modo la transferencia podría ser un ingrediente para que la relación terapéutica se oriente hacia la resolución de algunos de los problemas que presentan las personas. Tanto en los casos de transferencia positiva como negativa, si los sentimientos son demasiado intensos, acabarían resultando perjudiciales y representarían el fin de la terapia.

Freud también definió los procesos de Contratransferencia concepto que tiene diversas acepciones, una de ellas (y que englobaría todo el proceso terapéutico en psicoanálisis)  tiene que ver con los sentimientos e ideas que el/la propio/a analista proyecta, de forma inconsciente, sobre los llamados “pacientes” a partir de las experiencias vividas en el pasado. Para Sigmund Freud era muy importante que cada psicoanalista detectara los efectos que la contratransferencia tenía sobre su modo de relacionarse con los/as “pacientes” y sobre sus motivaciones a la hora de tratar con ellos/as.

De este modo se pone de manifiesto que  el/la analista/terapeuta por mucho que tenga una profesión concreta y unos conocimientos sobre psicología, ante todo es un ser humano, y por ello es importante tener en cuenta que su propio inconsciente podría tomar las riendas interfiriendo de modo negativo en el proceso terapéutico. Todo y no ser una “forofa” ni experta en la teoría psicoanalítica, sí considero muchas de las aportaciones que esta teoría/práctica completa ofrece al campo de la Psicología; a mi entender el fenómeno de la contratransferencia debería ser abordado en todas las terapias psicológicas existentes.  Desde  memorias prenatales es un requisito imprescindible que el/la futuro/a  profesional haya pasado por un trabajo de cuestionamiento personal previo a la práctica psicoterapéutica. De este modo entendemos que podrían prevenirse interferencias y abordar con mayor nitidez los procesos de identificación que emerjan dentro del marco de la relación terapéutica. Es decir, si el/la terapeuta ha sanado y/o tiene mayor conciencia de sus propios traumas, creencias limitantes o bloqueos evitará las proyecciones, mostrando así mayor capacitación para poder acompañar a otras personas en sus procesos de recuperación y/o cambio personal.

También será labor de las primeras sesiones recoger, a través del protocolo de recogida de datos en el caso de memorias – la Anamnesis Psicológica-,  la demanda explícita e implícita del/a consultante que nos permita realizar un primer diagnóstico y establecer -de forma conjunta- una propuesta de intervención. Es importante la idea de “establecer de forma conjunta” ya que desde un inicio se pretende empoderar a la persona y responsabilizarla de su propio proceso, por ello se potencia que sea la propia persona la que haga la primera toma de contacto con el/la terapeuta. De ese modo, desde el inicio, se reconoce a la persona cómo el motor de su propio cambio, considerándola activa, responsabilizándola de todo el camino de autodescubrimiento de sus recursos y de la capacidad de integrarlos a fin de lograr un cambio real y duradero. Es en este sentido que cuestiono el concepto -“paciente”- utilizado indiscriminadamente por varias disciplinas del ámbito de la salud, a mi  entender dicho concepto implicaría atribuir cierta pasividad a la persona; en latín “paciente” significa alguien que sufre con paciencia, el paciente seria alguien que sufre calladamente y por tanto, de algún modo, implicaría la espera a ser “sacado o salvado” de esa situación.

En otro orden de las cosas, pero que guarda estrecha relación con todo lo expuesto anteriormente, decir que la práctica tradicional de la psicología ha basado sus relaciones terapéuticas en relaciones de “poder”, entendido éste a nivel jerárquico, donde el/la experto/a profesional indicaba al “paciente” el qué, el cómo y el porqué; estableciendo de esto modo –directa o indirectamente- relaciones basadas en el poder y la sumisión. Todo este cuestionamiento fue inspirado por las lecturas de Michael Foucault  historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo francés donde, en su análisis sobre el poder, las relaciones entre poder, conocimiento y discursos, nos invita a repensar la concepción tradicional del “poder”. Durante mi etapa universitaria, en su día, interpreté que nos sugiere la idea de que el “poder” no se tiene ni posee, que simplemente éste es inherente a las relaciones, es más, nos indica que el “poder” no siempre tiene que estar asociado a la concepción tradicional del mismo, del cual se desprenden efectos negativos en su práctica, ya que está basado en la jerárquica y sumisión.… si no, por el contrario Foucault nos habla de que existe otra concepción que vincula “el poder” al conocimiento, ofreciéndonos la visión de que es la persona la que otorga  autoridad a otra persona para que le enseñe o le muestre sabiduría u otros caminos a seguir, otras formas distintas de abordar las situaciones. Es decir, desde la perspectiva de memorias, la propuesta de relación terapéutica no sería una relación de “poder” entendida a nivel jerárquico, si no una relación de “poder” basada en el conocimiento, donde la persona en cuestión le da la autoridad en este caso a un/a terapeuta -reconociendo su expertis- para que le acompañe en su proceso de cambio personal; en este sentido el objetivo no sería establecer una relación de dependencia si no, todo lo contrario, potenciar al máximo la autonomía. 

Apunté con anterioridad que el/la terapeuta ofrece una propuesta de relación, a través de la práctica de la relación, que la persona consultante aprenderá de forma inconsciente y básicamente por modelaje.  Desde la perspectiva de memorias prenatales dicha propuesta tenderá a transmitir valores tales como la igualdad, la tolerancia, el respecto, confianza, apertura, seguridad y protección.

No debemos olvidar que el entorno terapéutico no es más que un escenario de teatro donde cada personaje tiene que asumir el rol asignado a fin de conseguir los objetivos establecidos.

A un nivel más profundo y siempre -desde la perspectiva de memorias prenatales-  este rol terapéutico simbolizaría la figura “materna y/o paterna” ya que en dicha terapia vamos a conectar con el bebé que lleva cada persona dentro, por ello siempre decimos que el/la terapeuta transmitirá una cierta “amorosidad” hacía la persona  ya que nos situaríamos en el rol materno/paterno a fin de permitir la reconexión de la persona con su bebé interior.

Para potenciar todo ello se utilizará un tono suave, un dialogo sencillo y autentico,  de acogida al bebé simbólico. Por otro lado, el/la terapeuta deberá adaptar su vocabulario al sistema de creencias de la persona, por ejemplo si la persona posee creencias religiosas tendrá que hablarle teniendo en  consideración dichas creencias.

Y por último apuntar que es importante a la hora de elegir al/a terapeuta, que nos va acompañar en nuestro proceso de recuperación o cambio, tener en consideración que detrás de ese rol profesional existe ante todo una persona, un ser humano que ha tenido unas experiencias de vida, que posee unas creencias concretas, que se ha especializado en una formación y seguramente se adhiere a alguna corriente teórica; que todo ello configurará su ideología y le ofrecerá una determinada visión e interpretación del mundo, que guiará su práctica profesional y determinará su manera de afrontar la intervención y la relación terapéutica.

Por Sandra Ortiz Torrejón

Psicóloga y Psicoterapeuta de las Memorias Prenatales

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